Turismo Jujuy

Los allegados a mi familia conocen la historia de mis padres. Dos sesentones quisquillosos que no se privaron de recorrer las ciudades más hermosas de nuestra Argentina. Su primera parada fue la ciudad de la furia, ese Buenos Aires que allá por el 87 todavía temblaba por el ruido que las botas sobre el cemento habían dejado para siempre en la memoria de todo un país.

Cuatro años más tarde, decidieron que era tiempo de un cambio de aire, y vaya que lo necesitaban. Con mucho miedo, poca plata, las promesas de un trabajo estable y todo el amor que se puede cargar en una valija, llegaron a Jujuy, y desde aquí comienza mi historia. La de una jujeña que vivió solo dos semanas en uno de los inviernos más crudos durante el 91.

Mis padres, una enfermera universitaria, con una inteligencia admirable y una dosis muy grande de humanidad, acompañada por un empleado de comercio muy perseverante y capaz de adaptarse a cualquier oficio, llegaron a Jujuy con muchas ilusiones y ganas de llenar las páginas en blanco de su libro de vida, ese que comenzaron escribiendo en Santiago del Estero.

Nunca me canso de escuchar cómo fue su vida en Jujuy, la casita al borde de un precipicio en donde vivieron durante su estadía, la hospitalidad del tan recordado Esteban Ajalla, y los primeros pasos en el amor de mi hermano con una chica llamada Verónica. Cada vez que sale el tema en una reunión familiar, las anécdotas afloran, las carcajadas se desprenden y algún que otro detalle extra se suma a la historia original, pero lo que se mantiene intacto es el amor que sienten por esa provincia.

Casi 30 años después de todas esas vivencias, decido volver al lugar que me recibió durante un invierno muy frío. Es tiempo de llenar esas páginas que mis padres dejaron en blanco, porque la vida les dio un vuelco y tuvieron que volver a su Santiago querido. Muchas veces escuché a mi mamá decir que tenía miedo de irse, que las mudanzas dan miedo, y no es para menos. Saltar de una provincia a otra no es fácil.

El desprenderse de lo que uno considera seguro da miedo, especialmente en los tiempos que corren. Tengo la suerte de tener a un compañero que me empuja a arriesgarme. Yo, que elegí siempre lo seguro, sin arriesgar nada, lejos de todo lo que pudiera alterar mi tranquilidad en mi zona de confort, me decidí por un nuevo camino, teniendo como bandera la sonrisa de mi hija.

“Cuando seas madre me vas a entender”, le decía mi abuela a mi mamá, en un acto desesperado por retener a su hija, que había decidido emprender un nuevo rumbo buscando una mejor vida. Ahora mi mamá me lo repite, y yo lo entiendo, y cuando Margarita crezca, se la repetiré. Es una de las pocas frases que nunca, pero nunca, pasará de moda, y con el correr de los años, toma más fuerza sin alterar su significado.

Los cambios dan miedo, el desprendimiento de lo seguro, de los afectos. Los domingos de asado y carcajadas, los mates de rondas grandes e interminables. Todo eso ya está escrito y perdurará siempre en la memoria de todos los que formamos parte de esta despatarrada familia. Por mi parte, les ofrezco una nueva versión de esto, renovada, en otro lugar pero con el mismo amor.

Pasaron casi 30 años de la última vez que un Gómez de esta familia pisó suelo jujeño. Pienso que es tiempo de desempolvar el libro de aventuras que mis padres dejaron inconcluso, y adjuntar mi historia a la de ellos. Mi momento de explorar nuevos caminos llegó, y llevo conmigo el equipaje más valioso. Estoy segura que al igual que con ellos, esa noble provincia me cobijará y me brindará lo mejor de sí. Mamá, papá, me voy a Jujuy.