“Mientras venía caminando por el senderito, en donde tenía de un lado una enorme montaña y del otro un precipicio, un toro me miraba. Nos miramos a los ojos ambos intentando adivinar cuál sería el próximo movimiento. El animal salió embravecido a atacarme y entre mis limitadas opciones decidí escalar la montaña, así salvé mi vida del ataque de un toro”.
Este relato no fue extraído de un cuento fantástico, es cien por ciento real. La directora de la Escuela 219 de Yaquispampa reveló una de sus infinitas historias sobre cómo estuvo muy cerca de morir cuando se dirigía a su escuela. La vocación que tiene Silvina Velázquez debería tener un monumento, cuanto menos.
Tras pactar un encuentro con mi nueva heroína (y la de ustedes, cuando terminen de leer esta nota) llegué al lugar acordado, cinco minutos antes y aun así llegué tarde. Silvina estaba sentada en un banco del anfiteatro Las Lavanderas, viendo como dos jóvenes practicaban para una obra de teatro.
Tras despedirse de ellas me dedicó una hora, tiempo que no alcanzó para documentar todo lo que ha vivido. Trataré de resumir, con el máximo de los respetos, sus 20 años de docente rural en estas líneas. Comenzó su camino en la docencia en una escuela de San Salvador de Jujuy, luego decidió explorar más allá del asfalto y llegó a Pucho. De allí se fue a Caspalá y para ese entonces no solo había reivindicado su vocación, sino su amor por la enseñanza rural.
Silvina lleva adelante la educación de los alumnos de la escuela junto a otras dos mujeres igual de fuertes que ella, Graciela Domínguez y Vicenta Gonzáles. Las dos decidieron aventurarse y acompañar a la directora en esta travesía, porque caminar más de 12 horas por lugares inhóspitos lo es. Es toda una travesía. Mientras conversamos, me cuenta que ella y sus colegas llegan siempre con una sonrisa y mimos para sus alumnos que las esperan entusiasmados.
Para llegar a la escuela de Yaquispampa se debe subir por Tilcara, cruzar el Guasamallo y caminar, caminar y caminar. Mientras más subes, más difícil se hace el camino y los peligros comienzan a aparecer. El apunamiento, el cansancio y la cabeza juegan su papel. “Hasta un celular te pesa cuando estás subiendo”, me dice la docente mientras la miro con asombro y admiración.
Los caminos que se deben cruzar son dignos de una película de suspenso en la que el actor principal se encuentra al borde de un precipicio y un movimiento, el más mínimo, incluso una ráfaga de viento podría tirarlo, ocurre en la vida de Silvina, Vicenta y Graciela, es algo hasta natural en su cotidianeidad. Lo que en su momento fueron situaciones de extrema tensión, hoy son anécdotas que comparte con sus amigos, por ejemplo la del toro que cuento al principio de esta nota.
O la vez que mientras iba camino a la escuela se topó con una enorme víbora que venía en descenso. El escenario era el mismo, montaña de un lado, precipicio del otro. En una milésima de segundos Silvina atinó a una alternativa que le salvó la vida: abrió las piernas y dejó que el ofidio continuara su camino. Una vez más remarca la importancia de mantener la cabeza bien concentrada. La entereza mental y espiritual salvan vidas.
El Vaciado es el lugar que hay que cruzar para llegar a la escuela, pero también es el más peligroso para una persona. Los vientos que corren en esa zona son tan fuertes que tiró a varios baqueanos, incluso uno se encuentra en una silla de ruedas a causa de una caída que le provocaron las fuertes ráfagas. Silvina tiene una historia para contar sobre la vez que el viento la envolvió y casi la tiró del camino. “Tuve que subir gateando porque la fuerza del viento era impresionante”, cuenta la docente rural.
A todo esto hay que sumarle que mientras caminan por los caminos angostos y empinados, llevan encima el material de trabajo, ropa de abrigo y muchas veces hasta mercadería para subsistir los 20 días que pasan en la escuela. Si bien para llevar la comida al lugar necesitan la ayuda de algunos baqueanos, ellas deben cargar con todos los elementos que utilizan para los días de clases, afiches, cartulinas, entre otros.
Me gustaría detenerme un poco en este punto y hacer un párrafo aparte para todas aquellas personas que ayudan a las docentes a cargar ya sea alimentos o incluso ¡un tanque de 600 litros de agua! Un poco más arriba de este párrafo podrá ver una foto de un hombre cargando el tanque por un camino angosto durante doce horas o más, enfrentando todos los peligros que describí arriba. Silvina me contaba que se trata de gente de la zona que quiere que la escuela tenga todo lo necesario, por lo que se ofrecen a ayudarlas.
La escuela es un lugar de libertad, de volver a ser niños. En la escuela, los chicos no tienen que preocuparse por arriar el ganado, por juntar leña ni por los quehaceres de la casa, solo deben preocuparse por ser ellos mismos, pese a todas las adversidades que el clima les presenta todos los días. Pero los alumnos no le temen a nada, pues tienen tres mujeres que ya demostraron ser capaces de arriesgar sus vidas para ayudarlos.
“Todos los días se presenta una dificultad y como estamos tan lejos, en medio de la nada, tenemos que solucionarlo. No podemos mandar a los chicos a la casa, no podemos despacharlos cuando no tenemos agua o cuando nos falta la luz. Son problemas que vamos resolviendo sobre la marcha. La escuela tiene paneles solares pero la condición climática del lugar nos da dos o tres días de sol, después la neblina, las lluvias y el frío son una constante”, relata Silvina.
Para todo aquel que esté leyendo esta nota y se atreva a resumir el sacrificio de las mujeres a un buen estado físico, les cuento que están equivocados. La fortaleza mental y espiritual son igual de importantes que el buen estado físico y Silvina lo relata a la perfección: “llevo más de 20 años recorriendo los valles, me perdí muchas veces y cuando estuve a punto de caer en la desesperación que es lo que haría cualquier persona, recé. Dios existe. Dios me ayudó incontables veces, Dios nos acompaña cada vez que subimos a la escuela”, dice la directora de Yaquispampa.
Superar todas estas adversidades, estos caminos extremos, el frío, el calor, los animales de la zona para llegar a la escuela con una sonrisa de oreja a oreja, solo se logra amando la profesión. La vocación de servicio que sienten estas tres mujeres es digna de admiración. Ellas pasan 20 días en un lugar alejado de todo, dejando a sus familias, a sus hijos, nietos, parejas para brindarse a tiempo completo a los alumnos. Los días de soledad son durísimos, el llanto a veces es incontrolable pero el amor por la docencia, por la escuela y por estos chicos, que también son su familia las despoja de ese momento de angustia.
De todas las cosas que se dicen de la educación pública y del rol de cada uno de los docentes aparecen Silvina, Vicenta y Graciela y como buenas docentes, nos dan una lección de vida: amar lo que uno hace nunca implicará un sacrificio, sino una entrega total a la vocación. No hay una palabra en el diccionario, ni siquiera en la RAE que pueda definir el trabajo de estas tres mujeres, pero a sabiendas que no será suficiente, me aventuro a bautizarlas como las heroínas de la educación rural.