Sábado alrededor de las 20, mi pareja y yo caminábamos de la mano por las peatonales de San Salvador. Desde nuestra llegada a Jujuy, era la primera vez que podíamos salir sin nuestra hija, así que decidimos aprovechar el momento y volver a ser novios, así fue que conocí a Sandro Zapana, un chico de 16 años que llamó automáticamente mi atención. Ahora les cuento el porqué.
Muchas veces escuché decir que la calle es difícil, la situación económica no es la mejor para muchos y por culpa de la pandemia, eso se agudizó y obligó a la gente a reinventarse. Mientras caminaba de la mano de mi novio, recordando cómo era nuestra vida antes de convertirnos en padres, la aparición de Sandro me trajo de vuelta a la realidad.
El chico que vive en Alto Comedero y estudia en un colegio religioso de la zona estaba parado junto a un carrito vendiendo garrapiñadas. Hasta aquí nada raro, salvo el hecho de que tenga 16 años y haya estado trabajando, en lugar de disfrutar una tarde de sábado como lo haría cualquier chico de su edad. Sí me interesé en él no fue por el producto que vendía, sino porque estaba de pie cuidando su puestito mientras memorizaba unos apuntes para la escuela.
Rápidamente la vocación me advirtió que debía acercarme a Sandro y conversar con él. Reconozco que el primer pensamiento que se me vino a la cabeza fue que el chico iba a negarse a hablar conmigo, pues no dejo de ser una desconocida y él un adolescente. Por fortuna no fue así, me presenté, le mostré mi credencial y la tarjeta del diario y nos pusimos a conversar.
Sandro me contó que estaba estudiando para una materia que tenía que rendir en el colegio, pero que no quería perder un día de venta, es que los fines de semana el movimiento de gente en las peatonales es mayor. Le pregunté a Sandro cómo era para él tener que estudiar en su lugar de trabajo, el interactuar con la gente que (como yo) se acerca a curiosear sobre los malabares que hace para estar al día en la escuela y no descuidar el puesto.
Con mucha amabilidad y respeto, Sandro me dijo que no le molesta esa situación. De ninguna manera tiene intenciones de dejar el colegio, mucho menos dejar de trabajar, porque es una entrada más para su casa. Me contó también que mucha gente se acerca a él para manifestarle admiración, porque eso es lo que Sandro inspira. Sus ganas de perseverar son contagiosas.
En un momento de la entrevista se emocionó. Lloró. El chico de 16 años que estudiaba y vendía garrapiñada lloró cuando le dije, entre otras cosas, que su esfuerzo iba a tener una gran recompensa. Porque no tengo dudas de eso, a los chicos como él no le interesan las miradas inquisidoras, los comentarios bajos, cuando lo encontré Sandro tenía la mirada pegada en sus apuntes, en su futuro.
Sandro Zapana, el chico de Alto Comedero que encontré en la calle Belgrano vendiendo garrapiñada tiene un futuro inmenso por delante. Con 16 años demostró que si uno sueña, si uno desea algo con mucha fuerza y ganas, nada puede contra ello, sino todo lo contrario, el mundo conspira a tu favor. La foto de Sandro recorrerá todo internet, porque él se lo merece.