Por Diego Nofal

Camino por la vieja terminal, los bodegones  y los comederos están adornados con guirnaldas, el piso sucio del talco que tiraron sobre los compadres el  jueves. Todo es color y alegría. En las calles, por el aroma, por las risas, por los ojos endiablados se nota que el carnaval está llegando. Mientras me rindo a la tentación y me siento en un bar a comer una empanada frita con una cerveza helada, me convenzo que no hay lugar mejor para estar, en las vísperas del carnaval, que este.    

Soy un ciudadano del NOA. Salvo en Catamarca, provincia que visité muchas veces, he vivido en toda la región. Me enamoré de los patios con chacareras de Santiago, bailé hasta el desmayo en las carpas salteñas, volví caminando por las sendas amaicheñas del Tucumán durante la Pachamama, pero jamás viví nada como lo que se vive en Jujuy en los tiempos del carnaval.   

Aún falta una semana para que truenen los mojones y los diablos corten el aire con su risa aguda. Pero en esta provincia ya todo es ambiente carnavalero, nadie habla de otra cosa. Los desentierros, los viajes al norte, las comparsas y las agrupaciones ocupan el primer lugar en las conversaciones. El carnaval aúna a los jujeños de todas clases sociales, nadie quiere quedarse afuera de estos festejos.

Para los pocos que no lo saben, el carnaval es la fiesta de la última cosecha, acá recogemos los últimos frutos que hemos sembrado. Es tiempo de festejos pero también es momento para reflexionar y para contemplar, con sabiduría, las semillas que vamos a sembrar hoy y a cosechar el próximo año. La gente saca sus diablos a la calle, los embriaga y los entierra, sin culpas, una semana después. Este es el botón de reinicio de Jujuy.

Yo, como dice la canción, “Cierro los ojos, no imagino algo mejor, respiro hondo y tomo el vino”.